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Randy Monteslier, el mensajero

Randy Monteslier, el mensajero

Por: Miladys Moreno/ DECOM
En una nueva jornada de trabajo en la lavandería conocí a un muchacho bien joven con una energía y una voluntad increíble. Dominaba ya las maquinarias, el orden de las piezas que se debían lavar, el tiempo de lavado, secado, la forma de ordenarlas para facilitar su contabilidad. Actuaba con una responsabilidad y una destreza que me maravillaba, cuánta experiencia la de ese chico.
Eso sin hablar de cuánto aprendí de él mientras lo observaba aplicando las medidas de bioseguridad con tanta facilidad y naturalidad. Llegué a pensar que tenía alguna relación con alguna carrera de medicina. Seguí observándolo admirada.
Mientras ayudaba a doblar y empaquetar las piezas como si estuviera en mi casa, se me acercó amablemente y me dijo, “profe si continúa doblando de esa manera no terminamos ni mañana, esta es una forma más práctica y mejor para contabilizar después”, y me enseñó. Boquiabierta me quedé, normalmente hago esta actividad en casa y precisamente, este jovencito me regaló una enseñanza. Ya no pude aguantar más la curiosidad y me acerqué para conocerlo e intercambiar.
Se llama Randy Monteslier López, es estudiante de primer año de la carrera Ingeniería Civil de la Universidad de Matanzas y se ha vinculado en tres ocasiones como voluntario en zona roja, y dos como apoyo a la mensajería.
La tarea en la lavandería es solo una de las actividades que realiza como parte de la mensajería. Este trabajo consiste en recopilar la ropa sucia, trasladarla a la lavandería para el proceso de lavado y luego retornarla al hospital de campaña de la universidad. Allá se encarga, junto a su compañero de equipo, de repartir los implementos de zona roja por los diferentes edificios.
Y comunicadora al fin, quise saber más.
¿Qué te motivó a entrar en zona roja llevando tan poco tiempo como estudiante universitario?
Cuando comenzó a hablarse de la Covid 19 yo me encontraba en el servicio y desde allí veía en el televisor las maravillosas experiencias de los médicos trabajando en zona roja; día tras día, salvando vidas, sin descanso, lejos de su familia; es muy bonita y admirable la labor que han desarrollado estos profesionales durante más de un año de pandemia.
Fue entonces cuando ya matriculado en la Universidad de Matanzas, por el grupo de whatssapp del aula, recibí la información sobre la necesaria incorporación de estudiantes a esta tarea. En lo primero que pensé fue que este era mi momento de hacer y de aportar mi granito de arena a esta misión que considero tan importante por el beneficio que le aporta a la sociedad. En esencia, los médicos fueron mi inspiración y ha sido todo un honor formar parte de esta experiencia.
Cuénteme un poco de esa primera experiencia.
Mi primera vez en zona roja fue en el mes de abril con un grupo maravilloso, conformado por dos profesores y tres estudiantes. Fue una experiencia sorprendente en todo sentido, pues estaba en medio del miedo por el contagio y las ganas de ayudar. Con los días fui aprendiendo a cumplir con el protocolo, no permití que el temor me venciera, y mucho menos, que interfiriera en el cumplimiento de mis funciones.
La protección en zona roja era constante, aun así, pasé por momentos muy tensos. Un día, cuando estaba limpiando se me rompió el guante y como era mi primera vez me asusté mucho. Inmediatamente se lo comenté al profesor y él me dijo que no había de qué preocuparse, que siempre y cuando no dejara de usar el cloro no había problema alguno; entonces me tranquilicé.
¿Considera que ha valido la pena enfrentar cara a cara al SarsCov2, arriesgando su salud?
Por supuesto que sí. Cada vez que uno entra a zona roja se va creciendo más como persona porque en este escenario se aprende el verdadero significado del altruismo, del humanismo, de compartir con personas que están necesitando tu ayuda; y esa ayuda se revierte en felicidad para uno. Se deja de pensar en uno mismo para preocuparse por otros. Con el simple hecho de saber que con tu trabajo se benefician tantas personas, ya es más que suficiente para sentirse satisfecho. Creo que cada vez que un voluntario se inserta en zona roja sale de ahí con una versión mejorada de su persona; porque esta experiencia ha resultado más que una misión, una escuela que te forja como un buen ser humano.
Además, en cada una de las veces que entré como voluntario al hospital de campaña, he estado acompañado de equipos excelentes, personas que hoy considero súper amigos; una familia más que formé en el lugar menos esperado.
¿Cuál ha sido la posición de tu familia ante tu decisión de entrar vincularte como voluntario en el hospital de campaña?
Ellos la primera vez no querían que entrara, me decían que cómo iba a abandonar la seguridad de tu casa para ir a un lugar a las menos cuarto puedes contagiarte. Y precisamente estando por tercera ocasión en zona roja, ellos se contagiaron con la Covid 19 en casa y los ingresaron para la Universidad. Ellos me decían ves, tú estando acá no te enfermaste y nosotros estando en la seguridad del hogar nos enfermamos. A partir de ahí entendieron que lo que estaba haciendo allí era ayudar a otras personas, que la misión que desempeñamos es muy importante y necesaria; ellos mismos lo vivieron y fueron beneficiados. El miedo a que me pueda enfermar nunca lo han perdido, pero más nunca pusieron trabas a mi entrada a la universidad como voluntario.
A pesar de las condiciones adversas en las que el personal de salud y jóvenes voluntarios desempeñan sus funciones, en las tres ocasiones que Randy entró a zona roja, retornó a su hogar con PCR negativo; cargando consigo el agradecimiento de las personas que ayudó y las lecciones de vida adquiridas en su día a día. Su disposición es incuestionable.