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El influencer Lester Mallory

El influencer Lester Mallory

Con la acumulación de más de seis décadas de bloqueo, el impacto de las 243 medidas adoptadas durante el mandato de la administración de Donald Trump –todas vigentes hasta los días de hoy– y el desgaste por el ya prolongado enfrentamiento a la crisis del coronavirus, ahora mismo en el peor momento desde su aparición en el archipiélago en marzo de 2020, pareciera que Cuba asiste a la «tormenta perfecta».

Lester Mallory, el ex vice secretario de Estado Asistente para los Asuntos Interamericanos, fallecido en 1994, estaría frotándose las manos y jactándose de que ha valido la pena esperar 61 años para recoger los frutos de la doctrina que él y sus asesores concibieron, redactaron y no dudaron en poner sobre la mesa a la administración de Eisenhower, para que fuera aplicada.

Ante el innegable apoyo del pueblo a la naciente Revolución, que es justamente el mismo que la mantiene viva y con buena salud hasta los días de hoy, el funcionario dotó al Gobierno norteamericano de un memorando secreto con la esencia de la política genocida que debía seguirse a pie juntillas para derrocar al sorprendente proyecto revolucionario, que ya para entonces (abril de 1960) constituía una espina atravesada en la garganta del imperio.

«El único modo previsible de restarle apoyo interno (se refiere a Fidel y a la Revolución) es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno», dice textualmente el documento que, con mayor o menor rigor, ha guiado hasta hoy la política imperial contra Cuba.

En la fecunda comparecencia televisiva de este lunes, a petición del Primer Secretario del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, el miembro del Secretariado del Comité Central y jefe de su Departamento Ideológico, Rogelio Polanco, confirmaba una irrefutable verdad: aunque sea presentado por cierta prensa como una explosión social, lo que hemos vivido este domingo en Cuba constituye un capítulo de la guerra no convencional.

Llamada indistintamente guerra híbrida o revoluciones de colores, guerra de cuarta generación, golpe blando o golpe suave, la estrategia seguida contra Cuba es parte de un manual que se ha aplicado rigurosamente en varios países, lo mismo en el Medio Oriente que en Europa y también en América Latina –Venezuela, por ejemplo–, un sistema perverso, científicamente concebido, que como resulta fácil advertir, tiene vasos comunicantes con el famoso memorando de Lester Mallory.

La guerra no convencional cuenta con un importante componente mediático, ahora acrecentado con el desarrollo de las redes sociales que facilitan la generación de noticias falsas, la tergiversación, la manipulación de los hechos y las llamadas medias verdades, un mundo en el que Cuba pone la noticia día tras día y casi minuto a minuto, al amparo de una floreciente colonia de medios que presumen de independientes e imparciales y que siempre tienen a mano la voz de un influencer o «una fuente que prefirió no revelar su identidad».

En este concierto nada resulta más importante que desprestigiar la institucionalidad, negar el impacto del bloqueo y presentar las carencias que la mayor potencia del mundo viene creando a lo largo de 60 años con su entramado de leyes, zancadillas y amenazas a terceros, como resultado exclusivo de la inoperancia de un gobierno supuestamente corrupto y obsoleto.

Otro elemento consustancial a esta modalidad de guerra neblinosa, pero igualmente cruel y efectiva, es el fomento de la violencia callejera, que enseñó su oreja peluda este domingo en algunos lugares del país –Güines y Cárdenas, por ejemplo–, con imágenes de jóvenes asaltando algún comercio o volcando una patrulla de la Policía, las mismas fotos que por estos días fueron portadas en importantes medios de prensa.

Provocar a las fuerzas del orden, inducir acciones de represión, buscar condenas internacionales, todo asegurado desde el punto de vista mediático, constituyen también parte del abc de la guerra no convencional que viene siendo aplicada contra la Isla y sostenida con sumas de dinero nada despreciables, una «cortesía financiera» cuyo monto más reciente acaba de hacerse público en estas mismas páginas.

El presidente Joe Biden, que se comprometió, no con nosotros, sino con el electorado norteamericano, a revisar la política de la administración Trump hacia Cuba –la última de cuyas medidas fue incluirla nuevamente en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo–, luego se diluyó en el camino con aquello de que no era prioridad o de que estaba haciendo un estudio detallado de las relaciones, algo que seis meses atrás pareció hasta lógico, pero hoy suena muy diferente.

Lo que sí resulta sospechoso es que apenas unas horas después de los sucesos del domingo, originados en primer lugar por la política de asfixia que su administración tal vez no haya diseñado, pero sí ha asumido como suya, funcionarios de su Gobierno, y él en persona, anden metiendo las narices en los problemas del vecino.

El canciller Bruno Rodríguez, miembro del Buró Político del Partido, lo dijo recientemente en la Asamblea General de las Naciones Unidas: «El reclamo de Cuba es que nos dejen en paz», y el Presidente Miguel Díaz-Canel lo reiteró con otras palabras este lunes: «A nosotros no nos interesa lo que pueda pasar dentro de la concepción de cómo el gobierno y el pueblo norteamericano quieran hacer su sistema de gobierno, pero sí exigimos que nos respeten la autodeterminación, la soberanía y la manera en que la mayoría de los cubanos ha aceptado defender el socialismo».

La prisa con que estos personajes salieron a solidarizarse con los vándalos, mientras culpan al Gobierno cubano, revela la articulación intervencionista que se promueve y financia desde el exterior: