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Que te sonrían con los ojos

Que te sonrían con los ojos

Por: Daniela Cabrera Monzón / Estudiante de Comunicación Social / Universidad de la Habana / Revista Alma Mater
Día 0: La partida
Mañana Víctor G. Oliva y yo nos vamos de voluntarios para el hospital de campaña de la Universidad de Matanzas. Desde que vimos la convocatoria no lo dudamos.
Tengo miedo y sé que él también, pero no hablamos de eso; la necesidad de ayudar a los nuestros es más grande.
El pito persistente de un carro hizo que nos asomáramos a la ventana, con tan solo mirar al hombre que preguntaba por la casa número 7304 supimos que ese era el transporte que debía recogernos desde las 6 a.m.
Nos sorprendió: esperábamos una guagua Diana con un chofer disfrazado de astronauta, como los que circulan a diario por las calles de la ciudad.
Corrí hacia mi agenda a revisar que no se nos quedara nada de lo anotado en la lista: el cubo, los cargadores de los teléfonos, los nasobucos, el libro de Chico Buarque que llevo meses queriendo leer, cepillos y pasta, los zapatos viejos. Lo tenemos todo. Bajamos las escaleras y entramos al carro. El chofer nos presentó a Beatriz -una egresada de Arquitectura que será nuestra compañera de viaje- y nos informó que debía recoger al último tripulante en América y Contreras.
Durante el trayecto nuestro guía nos recordaba la complicada tarea que vamos a cumplir, y el humanismo que supone. Yo trataba de no ponerme nerviosa y buscaba calma en los paisajes de Matanzas, siempre Matanzas.
Llegamos a nuestro destino y nos incorporamos a un grupo de jóvenes que, por sus gestos, parecía llevaban buen rato sentados en esos bancos. «Desde las 10 estamos aquí», dijo uno de ellos; y me alegré entonces por las horas de retraso en nuestra recogida.
Día 1: Recibimientos y emociones
Si todos los días de este lado de la cuerda van a ser como el de hoy, dudo que la idea de mantener un diario siga mucho tiempo a flote.
En un taxi amarillo – uno de los tantos que se han puesto a disposición de las actividades de enfrentamiento a la pandemia- llega una mujer que se presenta como Nancy, y nos comienza a dar instrucciones.
El miedo me inunda cuando escucho que vamos a estar en contacto con casos positivos y que por falta de voluntarios los equipos de trabajo van a ser más pequeños. Fue un recibimiento breve, en el hospital de campaña de la Universidad de Matanzas el tiempo es algo valioso.
A cinco de los presentes nos asignan la Sala B, uno de los tres edificios que alberga personas positivas al virus en el campus. Una soga algo desgastada marca el perímetro de la Zona Roja.
Por suerte, mis compañeros del Edifico B son veteranos en estas andanzas y sus palabras me sirven de ancla. Cada cual escoge su forma de combatir al coronavirus, y nosotros decidimos que esta sería la nuestra por los próximos 7 días.
Cuando por fin le vi la cara al virus me estremecí; sin embargo, por el bien de los 48 pacientes que están a nuestro cuidado tuve que transmitirles tranquilidad con mi mirada, la única parte desnuda de mi cuerpo.
PD: Víctor me ayudó a escribir esto e impidió que me durmiera. Él es el valiente de esta historia.
Día 3: Verlos irse, y que te sonrían con los ojos
En los pasillos del edificio B solo se escucha sobre escafandras faltantes, pacientes diabéticos que necesitan comer antes, horarios de limpieza y balones de oxígeno vacíos.
Los médicos y enfermeros de la Brigada Henry Reeve trabajan turnos de 24 horas. Ellos son los que nos informan de lo que sucede al otro lado de la cuerda. Hoy hablamos con la pareja del turno saliente y nos contaron de su vida en Venezuela. Juntos buscamos manchas y victorias en las historias de estos países mientras esperábamos la guagua con el desayuno.
Aquí el tiempo no se mide por horas sino por comidas. El intervalo entre cada una de ellas dura una eternidad.
Limpia los pasillos, friega las bandejas, cuenta las sobrebatas, los pijamas, las botas, los gorros, los nasobucos, haz el pedido al puesto de mando, desinfecta las superficies, avisa a los doctores de que un paciente tiene falta de aire, contesta el teléfono: son acciones que forman parte de ese bucle temporal.
Cuando piensas que puedes sentarte un momento siempre aparece algo que hacer. Pero todo eso no es nada comparado con el resultado negativo de los PCR de los pacientes, verlos irse, que te digan gracias y te sonrían con los ojos.

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