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 El antiimperialismo que no murió en Dos Ríos

 El antiimperialismo que no murió en Dos Ríos

Por Jorge Wejebe Cobo /Servicio Especial de la ACN
La noticia de la muerte de José Martí en Dos Ríos se regó como pólvora, no obstante, el Capitán General de la Isla indicó que se comprobara fehacientemente la información y desde Santiago de Cuba fue enviado a Remanganaguas el doctor Pablo Aurelio Valencia Forns,  para que practicara una autopsia a los restos mortales, que para ese fin fueron desenterrados el 23 de mayo, quien confirmó que se trataba del prócer mambí.
El médico describió los rasgos físicos de Martí, su vestimenta y precisó que tenía una escarapela con los colores de la bandera cubana, un libro muy pequeño manuscrito con letras del Padre de la Patria y en un dedo de una mano una sortija, en la que se leía la palabra “Cuba”.
Tras varios entierros en el trayecto de los cerca de 150 kilómetros que conducían a Santiago de Cuba, Martí fue sepultado finalmente en el cementerio Santa Ifigenia, rodeado de soldados, y tal pareciera que ese hecho podía dar lugar al resquebrajamiento de la lucha independentista de los cubanos, pero la Revolución continuó por el rumbo establecido por el Apóstol y tres años después la metrópoli era ya historia en Cuba.
Horas antes de  morir el 19 de mayo de 1895, el jefe insurrecto develaría la clave fundamental  de su tarea antiimperialista, cuando en carta a su amigo mexicano Manuel Mercado  le manifestó:
“(…) ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
“Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrse han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias pª alcanzar sobre ellas el fin”.
Hizo notar en lo que se considera su testamento político, la necesidad de “impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia” (…)  Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas;— y mi honda es la de David”.
Ya en fecha tan temprana como 1889, alertó a su colaborador Gonzalo de Quesada sobre la intromisión norteamericana  y le escribió: “Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de mediador y de garantizador, quedarse con ella”(…).
La intervención estadounidense, peligro vaticinado por el Apóstol se hizo realidad en 1898, facilitada por su prematura desaparición y la caída en combate de Antonio Maceo en 1896, lo cual dejó libre el camino al proyecto de la república neocolonial  inaugurada  en 1902, y presidida por Tomás Estrada Palma, anexionista disfrazado de su pasado patriotismo.
Pero la nueva nación  nació  con la Enmienda Platt como apéndice a su Constitución, que dio derecho a los Estados Unidos de intervenir militarmente en la Isla y subordinar su economía y exportaciones al poderoso vecino, lo cual representó la negación del programa martiano  antiimperialista por el que ofrendó su vida.
En ese contexto, el pensamiento de Martí antiimperialista y latinoamericanista, resultó una doctrina muy incómoda para el nuevo proyecto neocolonialista que se inició en Cuba, apoyado por una clase política  pro imperialista que gobernaría hasta el primero de enero de 1959.
Como era imposible de diluir la grandeza  del Apóstol, se trató de sepultar  la esencia de su legado revolucionario en un discurso oficial  que se refería a él como el poeta, el soñador, el romántico, el hombre de las letras, ajeno al bregar de la guerra.
Era la época que al decir del intelectual cubano Enrique Ubieta, “Los politiqueros jugaban con su nombre y entresacaban las frases más hermosas —como si ser martiano fuera cuestión de palabras—, pero la gente simple, la que albergaba el espíritu de Martí, juzgaba a esas personas por su comportamiento.”
Hoy, los ideólogos del imperio y sus intelectuales  afines persisten en los intentos por tergiversar  las doctrinas del Héroe Nacional y ponen en duda la racionalidad de su legado, al que se le adjudica que la república concebida por él  fue una  invención o arrebato  que no se correspondía con la capacidad y desarrollo político del pueblo cubano de la época.
Un académico de origen cubano continuador  de esa vil tarea, expuso hace algunos años: “[…] Martí está sentado en un trono rodeado por esa neblina que cubre los altares. Para los cubanos, olvidarlo es, pues, una vía de liberación o, por lo menos, un aligeramiento”.
Las actuales campañas mediáticas enemigas en las redes sociales siguen la lógica de ese llamado a  la “liberación”  y “aligeramiento”, que  lo mismo pueden servir para  justificar en algunos el irrespeto a Martí y los símbolos patrios que condenar su figura  a simple retórica.
El proyecto   emancipador martiano fue sacado del olvido por las vanguardias revolucionarias cubanas  del siglo XX, que rescataron sus ideas del olvido y del falso oropel hasta que la Generación del Centenario y su líder  Fidel Castro, quien  señaló que el autor intelectual  de la gesta del 26 de julio de 1953 fue José Martí, y  con él abanderó  la última etapa de esas luchas por  “la segunda independencia” del imperialismo yanqui.