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Con las armas de almohada

Con las armas de almohada

Los ingenuos o los incautos que lean cada una de las diatribas que se ciernen en las redes sobre los gobiernos afiliados a proyectos políticos de izquierda en América, constitucionalmente elegidos, pueden llenarse de incertidumbres y hasta caer enmallados en las redes de la comunicación a las que llamamos internet, por aquello de que al lado de opiniones serias aparecen una cantidad de chismorreos, intrigas y falsas noticias que, como parte de un plan perverso y cínico dirigido por los grandes grupos de poder, exacerban las emociones hasta niveles insospechados.

Si recorremos la historia de la humanidad línea a línea, comprobaremos que la que han escrito muchos pueblos están llenas de páginas gloriosas, erigidas en su batallar contra invasiones en pos de conquistas y sometimientos, guerras seculares, provocaciones dolorosas, magnicidios y bombardeos indiscriminados como manifestaciones evidentes de odios y ambiciones sin límites.

El hecho de que muchas naciones vinieran a cuajarse en estados imperiales, desde la antigüedad unas y en plena modernidad otras, ha convertido el planeta en un calvario para los seres humanos, condenados, ya sea por su raza, credo o posiciones políticas, a la miseria y al enajenamiento, lo que ha traído consigo la exaltación de la soberbia y la guerra.

Los que creen que el diálogo de la conflagración, de los sabotajes, de los bloqueos, de los genocidios, de las intromisiones en políticas ajenas es el camino para el logro de la paz, les aseguro que están en el bando equivocado. Los intelectuales, los verdaderos artistas y escritores han estado casi siempre al lado de la justicia, de la razón, de los empobrecidos, de los excluidos.

No hay razón que justifique el hecho de que algunos se presten a cooperar con las intenciones monstruosas del imperialismo, a servir de mercenarios a una potencia extranjera que no tiene amigos, sino aliados, cómplices. A ellos les recuerdo que en carta a su amigo Gonzalo de Quesada, fechada el 14 de diciembre de 1889, el organizador de la guerra necesaria advertía: «Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de mediador y de garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres: Ni maldad más fría. ¿Morir, para dar pie en qué levantarse a estas gentes que nos empujan a la muerte para su beneficio! Valen más nuestras vidas, y es necesario que la Isla sepa a tiempo esto. iY hay cubanos, cubanos, que sirven, con alardes disimulados de patriotismo, estos intereses!». Aquel plan perverso continúa en la agenda de la política exterior del gigante del norte.

En el 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba se volvieron a desenmascarar estas intenciones seculares del gigante de siete leguas. Habrá que seguir durmiendo, como bien apuntala Martí en su ensayo Nuestra América, «con las armas de almohada, las armas del juicio, que vencen a las otras, pues trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra», mientras el imperio siga empecinado en su doctrina de señorío del mundo.