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Catorce días de Adrián en zona roja

Catorce días de Adrián en zona roja

Por: Andy Jorge Blanco/ Cubadebate

Pudo haberse quedado en casa y prevenir con ello un contagio afuera, donde el riesgo aumenta y el ajetreo de la gente también. Pero Adrián González Mirabal es un “inconforme”. Hay que estar donde uno es más útil. “Volvemos a la carga”, dice, y transmite la idea de ser un veterano en estas lides contra la pandemia.

Asesor jurídico y profesor de Derecho de la Universidad de Matanzas,  Adrián sabe que su aporte ahora no está en el aula. La institución interrumpió una vez más sus actividades docentes de manera presencial, debido a la situación epidemiológica de la provincia. Dos de sus residencias estudiantiles se convirtieron en centros de aislamiento desde mediados de enero para atender casos positivos a la COVID-19.

“Al tener Matanzas tantas personas con la enfermedad, comenzaron a llenarse los hospitales, por lo que se fueron utilizando centros educacionales para atender pacientes confirmados asintomáticos. En cuanto nos dijeron que la universidad estaba en la lista de esas instituciones, la UJC, el Partido, la FEU y los dirigentes del centro, empezamos a buscar las personas que pudieran entrar como voluntarios”, recuerda.

Pudo haber convocado, llamar desde la comodidad de un buró y sumar gente que siempre dice “sí”, a pesar de los miedos y el peligro. Gente guapa. Pudo decir que no, que temía porque ahora era más riesgoso, y ya él había cumplido en marzo de 2020 como personal de apoyo allí mismo. Pero Adrián no actúa para “cumplir”.

En medio de una pandemia que ha causado más de 25 000 personas contagiadas y más de 200 muertes en Cuba, ser voluntario en un centro de aislamiento con casos positivos implica, cual sentencia guevariana, llevar arraigados “grandes sentimientos de amor”.

Adrián tiene 25 años y cuenta que no concebía convocar a los demás, si él no estaba en la lista. Así, pasado el mediodía del 16 de enero entró a la beca E al frente de un grupo de ocho voluntarios, entre estudiantes y profesores del centro de altos estudios. Junto a ellos, otra tropa de ocho harían el mismo trabajo en la residencia B.

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De izquierda a derecha: Dianela, Jorge David, Maureen y Adrián. Foto: Cortesía del entrevistado.

Amanece, y Adrián apenas tiene tiempo para fijarse en el reflejo de la luz del sol sobre la bahía de Matanzas. Basta con asomarse a una ventana, pero la guagua llega con el desayuno y él tiene que ponerle orden al día. Comienza el ajetreo con la distribución del trabajo. ¿Qué equipo sirve los alimentos, cuál lo traslada hacia el límite donde están los pacientes? ¿Quiénes cruzan la cinta?

“Cuando entramos a la zona roja damos el desayuno, limpiamos los pasillos, los baños y salimos. Luego, hago el parte diario de los implementos de bioseguridad que vamos a utilizar y contamos la ropa sucia para enviarla a la lavandería. El médico me solicita los medicamentos que tengo que pedir al almacén para el día entero.

“Después repartimos merienda, almuerzo. En las tardes limpiamos el lobby, la enfermería, y en la tarde-noche, de nuevo la comida, y después el fregado. Generalmente, terminamos sobre las 11 de la noche. Al principio acabábamos más tarde, hasta que le cogimos la vuelta”, cuenta Adrián y convence que es cierto: de organización y cumplimiento de medidas sanitarias nadie puede hacerle un cuento.

La residencia E tiene tres pisos. En el ala izquierda están los pacientes ingresados. En la derecha, descansan los voluntarios y el personal médico en el segundo y tercer nivel, respectivamente, mientras que en el primero se desinfectan las bandejas, hay un cuarto de filtro para el cambio de ropa, un comedor, un local donde los laboratoristas guardan muestras de los pacientes, y el almacén con los medios de protección y todo el avituallamiento. La enfermería con el personal de salud de guardia se ubican en el lobby.

“Es un edificio frente al mar, eso también hay que decirlo, porque a veces cuando las personas están saturadas se paran frente al mar y despejan”, me dice por un audio de WhatsApp y se disculpa porque llegó una ambulancia con nuevos pacientes positivos que le impide continuar conectado.

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El doctor Bernardo Quintero Suárez, especialista en Medicina General Integral. Foto: Cortesía del entrevistado.

Al frente del equipo médico de ambos bloques estudiantiles de la Universidad de Matanzas, está el doctor Bernardo Quintero Suárez, especialista en Medicina General Integral y con un diplomado en terapia intensiva. Comenta que, en los últimos catorce días, el máximo de pacientes atendidos en una jornada fue de 139. El viernes 29 de enero estaban ingresadas con la enfermedad allí un total de 121 personas y la capacidad, entre los dos edificios, es de 160.

El médico señala que está planificado habilitar otros espacios de la universidad para atender pacientes, “por si se cumpliera con lo esperado, que aparezca un pico máximo”.

Un total de ocho enfermeros y siete médicos, más el personal de apoyo del centro educacional, trabajan distribuidos entre el bloque E, con una capacidad de 106 camas, y el B, con un máximo de 54.

Bernardo lidera el team médico y hace poco más de un mes que regresó de Sierra Leona, al frente de la brigada “Henry Reeve” que luchó contra la COVID-19 en esa nación africana del 4 de julio al 23 de diciembre de 2020. “Me sumé al llamado de la dirección de Salud Pública de la provincia y me incorporé a trabajar doce días antes de concluir las vacaciones”, señala. El doctor también pudo quedarse en casa, pero él, como Adrián, es de “los inconformes” que están donde se necesita de ellos.

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Adrián González Mirabal dice que esta segunda vez como voluntario ha sido tensa:

“En los catorce días que hemos estado en el centro de aislamiento no paramos. Tenemos hora de despertarnos, pero no de acostarnos. Es convulso, porque tuvimos que adaptarnos al local, después conocer el protocolo e ir perfeccionando nuestro trabajo día a día para no contagiarnos. Hemos tenido que extremar las medidas”.

Como quien dicta la manera en la que se deben hacer las cosas, comenta que, por ejemplo, separan las bandejas de los médicos, de los pacientes y del personal de apoyo, “si bien todas pasan por un proceso de desinfección con agua clorada y detergente; es una de nuestras pautas, y de eso estamos claros los ocho voluntarios que trabajamos aquí”.

Adrián menciona al resto de su equipo, mientras los describe. De Maureen destaca la ternura; de Gabriela, la sencillez; de Dianela, la constancia en el trabajo; de Maviala, la fuerza. Josué se lleva el premio al más dormilón, y Jorge David y Candy son los despistados. Adrián habla también de la profe Nancy, como si fuera parte de la tropa: “Se ha echado el centro de aislamiento sobre sus hombros; antes venía a vernos, de lejos, y lloraba”.

El sábado 23 de enero un total de 67 pacientes salieron de alta en la Universidad de Matanzas. “Fue una gran tranquilidad”, comenta y envía por chat imágenes borrosas de la despedida. Aplausos y adioses.

Dice Adrián que “atender a una persona es lo más hermoso que puedes hacer”, y uno puede entender por qué es un tipo “inconforme”. Este es de los chamacos que, ante cualquier adversidad, siempre se pregunta: “¿Qué me toca hacer?”.

Grupo de voluntarios en la lucha contra la COVID-19 en la Universidad de Matanzas, donde se atienden pacientes confirmados con la enfermedad. Foto: Cortesía del entrevistado.

Los jóvenes han sido decisivos en la lucha de Cuba contra la COVID-19. Foto: Cortesía del entrevistado.

Adrián es de los jóvenes que, ante cualquier adversidad, siempre se pregunta: “¿Qué me toca hacer?”. Foto: Cortesía del entrevistado.