Autopista a Varadero, km 3.5, Matanzas, Cuba
(45) 287091
atencion.poblacion@umcc.cu

Lissette Jiménez Sánchez, Premio Nacional de Pedagogía.

Lissette Jiménez Sánchez, Premio Nacional de Pedagogía.

Por: Arnaldo Mirabal Hernández/ Periódico Girón
Aquella llamada al celular que le notificaba haber obtenido el Premio Nacional de Pedagogía le resultó un poco confusa a Lissette Jiménez Sánchez. Transitaba por la ciudad y apenas logró entender la emoción de su amiga, portadora de la noticia.
Cuando se dirigía a su casa recordó que, por solicitud de la filial matancera de la Asociación de Pedagogos de Cuba, entregó un currículum donde plasmó parte de sus 35 años vinculados a la enseñanza. Ya se sentía honrada al ser nominada por sus compañeros de la Universidad de Matanzas, pero estos tiempos pandémicos, llenos de giros y sobresaltos, le hicieron olvidar el prestigioso premio. De hecho, pensó que ya lo habían otorgado.
“Al llegar, llamaré a mi compañera para que me aclare bien la situación”, pensó al avanzar por una de las tantas calles de esa urbe que tanto ama, al punto de ver la necesidad de crear un proyecto para inculcar en varios centros educativos ese sentimiento que llamamos matanceridad. No hubiera soportado nacer en ningún otro rincón de este planeta. Ama a Matanzas y a su bahía, “ese espejo de agua es mi mejor psicólogo” , se dice cuando algún tropiezo en la vida le agobia.
Pero Lissette Jiménez no es de agobiarse demasiado. Mantiene la calma y el optimismo, mas, si algo no sale como se planifica, puede regañar con severidad. Le gusta la exigencia, y se sabe un poco metódica, cualidad que le viene desde la cuna. De no ser así, le sería difícil asumir tantas responsabilidades en su vida profesional.
“Quién sabe, a lo mejor sí gané el premio”, piensa por unos instantes, porque en su devenir las cosas han resultado así, impulsadas por pequeños milagros, a veces es cuestión de estar en el lugar, y las situaciones le sobrevienen para bien. Como si la corriente de un río —¿el San Juan?— la arrastrara y ella se dejara llevar, aunque manteniendo el curso y permaneciendo a flote; así ha logrado grandes propósitos en sus cerca de seis décadas.
Si no, cómo entender su llegada al magisterio casi por casualidad. Nunca olvidará aquella ubicación laboral un tanto contradictoria en una escuela del Ministerio de la Construcción.
Recién graduada de la Universidad de La Habana, en la carrera de Filosofía, no existía tal escuela, y fue así como arribó al Pedagógico de Matanzas. Ese momento marcaría su vida para siempre, transformándola en esa persona tan querida y destacada que es hoy.
Antes de aquel día ya era una joven de excelente formación. Mucho le debe a su abuela, quien con 5.to grado “mal hecho”, como tanto le gustaba decir, era capaz de disfrutar de una novela de Alejo Carpentier. Poseía una vasta cultura que, sin duda, enriqueció el intelecto de la Lissette niña. Hasta su propio nombre francés le debe a su nana, y el haber presenciado por primera vez una obra de ballet en el Teatro Sauto. Recuerda incluso el nombre de aquella pieza: Tarde en la siesta.
De la mano de su abuela visitaba la biblioteca y tuvo la oportunidad de conducir un programa estudiantil en la emisora Radio 26.
Tanto amor por las letras y el conocimiento le inclinaron a convertirse en escritora. Con esa idea fija se matriculó en la escuela Vocacional Primer Congreso, ubicada en Jagüey Grande, y que enmarca como uno de los momentos más felices de su existencia, a pesar de contar con apenas 12 años y pocas veces alcanzar la norma estipulada en el campo.
Con el deseo de hacerse escritora, decide estudiar Filosofía. En aquellos años al parecer era nula la orientación vocacional, y la joven de entonces vinculaba esa carrera al arte de escribir. Esa ilusión se desmoronó en su primera clase en la Universidad de La Habana. Pero ella es de las personas que terminan cada tarea que emprenden, y se graduó como filósofa.
Lo que en sus cincos años de formación nunca imaginó fue que, una vez de regreso a su amada ciudad, la ubicación laboral le produciría confusión. Ni que al llegar al Instituto Pedagógico Juan Marinello experimentaría una especie de estremecimiento que la llevaría a alcanzar una elevada formación como profesional.
Esa facilidad para memorizar a cada persona que ha intervenido en su crecimiento intelectual le hace mencionar los nombres y apellidos de Marta Linkin y Mirta Casán. Las docentes que le recibieron aquel día y la impulsaron a imponerse grandes metas. “Aprendí a ser profesional en el Pedagógico”, se dice para sus adentros. Pero en aquel prestigioso centro de excelente claustro, primero se dio a la tarea de aprender a impartir clases, ya que no se había formado como pedagoga.
Evoca la ayuda indispensable de la profesora Mirta Cazañas. Le parece verla ahora escribiendo con su mano izquierda en la pizarra, con aquella letra tan peculiar que le presentaba los esquemas lógicos.
El tiempo transcurrió y ella fue robusteciendo su mente. “En aquel momento éramos muy celosos de nuestra autopreparación”, recuerda y se ve ahora viajando a la Universidad Marta Abreu, de Las Villas, a inicios de los difíciles años 90, para cursar posgrados sobre grandes pensadores cubanos y latinoamericanos.
Con el paso de los años fue asumiendo responsabilidades al frente del Departamento, luego de la Facultad, alcanzó el grado de Máster y tiempo después defendió su tesis doctoral.
La preparación constante es de sus rasgos más representativos, así como su apego y defensa a organizaciones como la Unión de Historiadores de Cuba, de la que es su vicepresidenta nacional, y la Asociación de Pedagogos que hoy le premia. Para ella son espacios vitales para la formación en los que participa activamente.
Su condición de filósofa le permite entender los fenómenos con una visión más integradora. “Me brinda una concepción del entorno, y de sistemas de saberes y comportamientos muy amplios; así como una capacidad de análisis para articular el conocimiento. Yo lo tengo interiorizado, es mi forma de explicar el mundo”, se dice para sus adentros, y aplica este método a cualquier área de su vida.
Quizás esa actitud de analizar científicamente cada aspecto le permitió no sufrir un resquebrajamiento al unificarse las universidades de Matanzas. Aunque radicar en la otrora sede Camilo Cienfuegos bien pudo representar una brusca ruptura, para ella no. Con la llegada a un nuevo local, entendió que se le presentaban nuevas oportunidades. Aunque sí extraña mucho: “Todos los espacios del Pedagógico conservan una historia para mí, allí crecí profesionalmente. Ir para la universidad no ha sido un conflicto, pero extraño el Quijote de la última planta y los murales de Manuel Hernández en la plaza de los Cincos Héroes. Mas, el espíritu del lugar siempre acompaña a una”.
Finalmente llega a su casa y toma el teléfono para llamar a su amiga:
—“¡Lissette felicidades! ¡Obtuviste el Premio Nacional de Pedagogía” —le confirma una voz pletórica desde el auricular.
Lisette se acomoda en su asiento y observa aquel busto de Martí que le regalara su padre, el historiador Arnaldo Jiménez de la Cal, por alcanzar buenas notas en la primaria. El logro no representa para ella el final del camino. Sabe que ese premio es mucho más compromiso, entrega y amor por cuanto hace, y que le queda mucho por hacer todavía.
“En estos 35 años cuántos estudiantes habré formado”, se pregunta y se le escapa una sonrisa. Luego se incorpora para retomar uno de los tantos proyectos que la mantienen en vilo durante el día y le impiden ver el desenlace de una película en las noches.
“El magisterio es lo mejor que me ha pasado, es el sentido de mi vida. No puedo negarlo, yo soy maestra”. Comienza a hojear una tesis doctoral de un alumno a quien le impartiera clases hace muchos años, en aquellos inicios en el Pedagógico.